Pacientes del Área de Discapacidad Intelectual del Hospital San Juan Dios de Ciempozuelos participan en los órganos de dirección del centro
CIEMPOZUELOS/ 22 DE DICIEMBRE DE 2019/ Paco es un tipo joven al que una infidelidad sumió en una situación de frustración a la que respondió provocando incendios; Lorenzo, con 60 años, ha dejado atrás una situación de alcoholismo que le llevó a maltratar a su propia madre; Luis frecuentó malas compañías y un episodio de drogas y desobediencia terminó con él en prisión; hoy comparten un piso autogestionado en Ciempozuelos y representan a sus compañeros de unidad en la Comisión del Área de Discapacidad Intelectual del Centro Hospitalario San Juan de Dios de Ciempozuelos.
Todos los pacientes de esta área plantean un problema común, que no es otro que su comportamiento en el núcleo familiar, tal y como explica el responsable de la unidad, el psicólogo Eduardo Guevara, asegurando que cuando llegan al centro lo hacen “sin motivación de cambio”.
El proceso que ponen en marcha les permite ir ganando poco a poco dosis de libertad y les enseña a “regular su tolerancia a la frustración”; para ello, se generan hábitos y rutinas diarias y se establecen programas psicoeducativos para mejorar su autocontrol y sus habilidades sociales, gestionar sus emociones o madurar su educación afectivo-sexual.
“Yo no quiero saber nada de mujeres”, bromea Paco en charla con sus compañeros, aunque sí se reconoce capaz de mantener una relación social con alguien de distinto sexo; en su caso, un desengaño amoroso generó en él una rabia que se traducía en la provocación de incendios en los centros residenciales donde ha vivido.
Hoy trabaja en la manipulación de cartón y aluminio dentro del propio centro hospitalario, presume de buen cocinero y es el portavoz de los casi 500 residentes del área de personas con discapacidad intelectual del Centro San Juan de Dios.
Lo es gracias a los grupos de autogestión en los que participa junto a Lorenzo y Luis (nombre ficticio), que se organizan en asambleas en las que todos plantean sus quejas y sugerencias, que pueden ir desde las relacionadas con “los recursos humanos, los cambios arquitectónicos en el centro o la resolución de conflictos”, explica el doctor Guevara.
Esas conclusiones pasan después a la Comisión del Área de Discapacidad Intelectual, en la que están presentes todos los órganos del centro y tres representantes de los pacientes, y de cuyas deliberaciones se levanta un acta que se transmite a la gerencia del hospital.
“Ahora me siento más libre”
Lorenzo, natural del madrileño barrio de San Blas, ha encontrado su espacio laboral en la cafetería del propio centro; sus problemas de adaptación, que padece desde niño, le llevaron a tener “un problema con el alcohol”, hasta el punto de que “he llegado a pegar a mi madre”, reconoce.
“Ahora estoy mejor, me he esforzado mucho –continúa con su relato– aunque antes era muy agresivo, sacaba el puño y pegaba a mis compañeros”. “Aquello es el pasado, ahora me siento más libre”, explica orgulloso, indicando que le gusta visitar a su madre, enferma de Alzheimer en una residencia.

Con Paco y con Luis comparte un piso que es un ejemplo de “buena convivencia”, dice Guevara, destacando como disfrutan de “la sencillez de estar por la noche en casa, ver la tele, hacer lo que te da la gana…” y como “el orden que tienen en ese piso es mucho mayor que cualquier otro piso de solteros”, siendo incluso capaces de resolver sus propios conflictos. “Ése es el gran éxito”, dice el psicólogo.
Luis lamenta haber frecuentado según qué compañías: “mi coche era un taxi, mi dinero era de todos”, relata, reconociendo que “me fumaba dos porros y me desinhibía”.
Cerrajero de profesión, Luis entró en una espiral de marginalidad y conflictos familiares que le terminó condenando a pasar 6 años y 3 meses en la prisión de Soto del Real, de la que salió para “volver a las andadas”.
“He perdido 15 años de mi vida que no voy a recuperar”, se lamenta, preguntándose “por qué no me trajeron aquí en vez de meterme preso”. “No tuvo un buen diagnóstico”, concluye el doctor Guevara, destacando que “el criterio judicial es muy subjetivo” y que en el caso de Luis no tuvo en cuenta su discapacidad intelectual.
“Lo malo es la soledad”
Hoy Luis es uno de los panaderos de San Juan de Dios y explica con normalidad como sus padres se divorciaron –“algo común en los hogares desestructurados”, añade Guevara– y como les visita cada quince días.
Asegura Luis que “lo malo es la soledad, no sentirte comprendido”, aunque ahora encuentra en sus compañeros de piso eso que tanto añoraba: “hay muy buen ambiente en casa, nos ayudamos en todo y estamos de acuerdo en todo, cenamos juntos…”
Mis felicitaciones a estas tres personas que prácticamente han vuelto a vivir